-Sin beso de buenas noches te vas a quedar si no te estas quieto.
Le dijo al oído. Con una mano le silenciaba la boca, con la otra lo inmovilizaba, sujetándolo del brazo y empotrándolo contra el lavabo. Dos más, le aguantaban las piernas y un cuarto vigilaba la entrada.
Mientras maltrataban su cuerpo, escapaba con su mente al recuerdo de otras pieles suaves, dulces olores y cálidos cuerpos.
Al soltarlo, cayó de rodillas y un hilo de sangre hizo un charco rojo en el suelo.
-Pues no eres tan duro. ¡Es cierto, tú sólo eres valiente con los niños!